El buen concepto de Barrio destaca en una tarde triunfal

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Por Leticia Ortiz.

En el año 2011, un espigado chaval de Grajera (Segovia) lideró el escalafón de novilleros tras sumar 42 festejos duranta la campaña. Esa fría estadística reflejaba, además, orejas en plazas como Bilbao, Valencia, Salamanca o Albacete. Sin embargo, más allá de los números, lo importante es que los aficionados hablaban y no paraban de aquel joven que parecía llamado a ocupar un sitio importante entre los matadores cuando se decidiera a dar el paso de la alternativa. Y esa fecha llegó el Domingo de Resurrección de 2012 en la madrileña plaza de Las Ventas, donde El Fundi doctoró a Víctor Barrio. A partir de ahí... la nada.

El nombre de aquella promesa desapareció de los carteles de los principales ciclos nacionales, pese a sus triunfos como novillero. Así está un sistema al que le asustan las novedades y, por ello, prefiere apostar por una acomodada segunda fila que repite año tras años sin apenas hacer méritos en el ruedo. Para que se hagan una idea, entre 2012 y 2013, Barrio no ha llegado a vestirse de luces ni una docena de veces.

Por suerte, la incomprensible inactividad del segoviano parece que no ha afectado a su toreo, como demostró el domingo en Medina de Pomar, donde entró por la puerta de la sustitución, al reemplazar al lesionado Manuel Escribano. Y es que Víctor Barrio firmó las faenas más rotundas de la triunfal tarde que abrió la Feria y que terminó con los tres diestros a hombros.

El segoviano, Arturo Saldívar y Jiménez Fortes aprovecharon un buen encierro de Antonio Bañuelos que derrochó clase y calidad a raudales, pero al que le faltó transmisión. El el pecado está la penitencia, que dice el refrán, y la dulzura puede llegar a aburrir por la ausencia de emoción.

Precisamente por tener ese tranco más de casta y codicia, el lote del diestro segoviano sobresalió en el conjunto de la corrida. Y el de Grajera cuajó a los toros del frío con empaque y torería en las formas y profundidad en el fondo. Ante el tercero, Barrio basó su trasteo en la mano derecha, después de un templadísimo recibimiento capotero. Precisamente en el temple estuvo la clave de su tarde, porque ante el sexto volvió a emocionar y a levantar del asiento a la gente con una faena que fue de más a menos. Mano baja, riñones encajados y dulzura en el toque para mandar sobre las nobles embestidas de los astados de Bañuelos. Cuatro orejas para el segoviano, pero, sobre todo, la sensación de que merece más oportunidades porque tiene toreo del caro en sus muñecas.

Fuente: El Diario de Burgos